domingo, 6 de marzo de 2011

Cajas.

Cajas de cartón, otra mudanza, una nueva etapa. Otra vez a empaquetar todas las cosas y a hacer reparto de las que son comunes. De nuevo una despedida y un nuevo empezar. En esta ocasión me voy a vivir sola. No será la primera vez, hace años ya tuve una experiencia y, para ser sincera, no me gustó demasiado eso de no tener a quién dar los buenos días o a quien preguntarle cómo le ha ido la jornada. Prefiero compartir mi cotidianeidad con otra persona, o personas, pero en este momento de mi vida, no me apetece ir a vivir con desconocidos y empezar de cero. No al menos en Gijón. Así que me voy al monte, a una casita-hórreo un poco aislada del mundo, rodeada de árboles y frente a la montaña en la que descansa mi padre. Él velará por mí. Seguro. Mi compañía serán dos patos a los que he bautizado Chico y Rita, como los personajes de la película que aún no he visto y me muero de ganas de ver; tiene muy buenas críticas y es una historia de amor de esas de ida y vuelta, de las de segundas oportunidades. También tendré un gato, el de Ali, al que cuidaré como si fuera mío hasta Julio, cuando ella vuelva de su aventura inglesa.
Treinta y dos años y me siento a veces como una vieja ermitaña cansada del mundo. En otras ocasiones todavía siento que me lo voy a comer, que aún me quedan muchas cosas por descubrir y vivir. ¡Bien!. La vida es como una montaña rusa: emocionante. Y la emoción es la que nos hace sentir vivos.
No sé por qué escribo todo esto aquí y no en mi diario. Supongo que es una manera de gritar al vacío y esperar que no suene el eco, de decir "Ey, estoy aquí. Te estoy esperando. Vente cuando quieras. Mi casa es tu casa. Siempre serás bienvenido".

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